miércoles, 11 de diciembre de 2019

AMOR


"Hace algunos años, cuando trabajaba como voluntario de un hospital, conocí a una niñita llamada Liz que sufría una extraña enfermedad. Su única oportunidad de recuperarse era una transfusión de sangre. Su hermano, de 5 años, había sobrevivido a la misma enfermedad y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla, por lo que era el único que podría ayudarla.

El doctor explicó la situación al pequeño y le preguntó si estaría dispuesto a darle su sangre. Yo lo vi dudar por un momento. Luego miró al doctor y dijo:

- Lo haré si eso salvará a mi hermana.

Mientras la transfusión se hacía, él estaba acostado en una cama al lado de Liz. Nosotros los asistíamos y veíamos regresar el color a las mejillas de la niña. No obstante, el pequeño de pronto se puso pálido y su sonrisa desapareció.

Miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa:

- ¿A qué hora empezaré a morir?

El niño no había comprendido al doctor y pensaba que tenía que darle toda su sangre a su hermana para que ella viviera, creyendo que él moriría... y aún así había aceptado."

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