Mientras viajábamos, el anciano me preguntó:
- Manuel, ¿sabes lo que pasó anoche en el Cielo?
Yo, sorprendido de que supiera mi nombre, pensando que quizás estuviera un poco "loquito", inquirí:
- ¿A qué se refiere?
El hombre miró al frente, como intentando atravesar con su mirada el horizonte, y confesó:
- Ayer algunos ángeles vieron llorar a Dios
Después de un largo silencio, el anciano continuó:
– Poco a poco, algunos fueron acercándosele tímidamente ¡Jamás habían visto a Dios así! Estaba tan apenado, tan triste…
Sacando fuerzas de flaqueza, uno de ellos se atrevió a preguntarle el motivo de su dolor, a lo que Dios dijo:
- El ser humano está en ruinas. Roban, matan, mienten, se avergüenzan a sí mismos con actos terribles, pervierten la tierra y se pervierten entre ellos. El sacrificio de mi Hijo ha caído en el olvido y eso me apena el corazón.
Pero, de repente, un pequeño angelito se acercó a Dios y le dijo:
- Padre, permítanos bajar a la tierra y contar a los hombres lo que hemos visto y cómo se siente... quizás así puedan reflexionar.
Y Dios, ante tanta inocencia y dulzura, sonrió complacido.
Limpiándome las lágrimas, pregunté al anciano:
- ¿Cómo sabe usted eso?
- Porque, contestó, yo soy uno de los ángeles que fuimos enviados a la tierra para aliviar el dolor de nuestro Señor. Hijo mío, siguió, no pierdas tiempo, rápido, ve y advierte a tus hermanos y hermanas, advierte a todo el mundo: enmendaos, trabajar para conseguir que Dios vuelva a sonreír. No es difícil, tan solo tenéis que creer y obrar en consecuencia. Hijo, por favor, no permitas que tenga que ver de nuevo a Dios llorando de pena...
Dicho esto, el ángel desapareció…
Manuel Fernández Muñóz
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