El cafeto produce frutos, que cuando están maduros toman un color rojizo y se les llama “cerezas”. Las semillas de dichos frutos, son lo que popularmente se denominan como los “granos de café”, que una vez secados al Sol y debidamente tostados, toman la apariencia que conocemos. Esta semilla después se muele y se coloca en un dispositivo (cafetera), para el proceso final, en donde junto con agua y bajo el influjo del fuego, se produce la alquimia que termina brindándonos un exquisito y aromático néctar, que hemos dado en llamar “café”.
El único residuo que resulta de este proceso es la “borra”, la cual no está destinada al consumo y simplemente se desecha; aunque también hay algunos artistas muy dedicados, que a través de la manipulación conscienzuda de la misma, logran obtener obras de arte.
Cuando no cumplimos con la premisa fundamental de separar la “borra” del café, terminamos con una bebida enrarecida, contaminada y empobrecida, o sea, deja de cumplir con su objetivo, de servir de estímulo al paladar provocándonos un estado de satisfacción y dicha.
Es muy triste ver que todo un largo proceso que va desde la siembra y cuidado del cafeto, pasando por la cosecha de las “cerezas”, el secado, tostado y molienda de las mismas, terminando en el último paso que convierte este polvo, en el delicioso néctar… sea saboteado por el único y minoritario desecho que llamamos “borra”.
La “borra” per se no tiene la capacidad de “ensuciarnos” la bebida, es nuestra acción irresponsable al no colarla o dejarla asentar el tiempo necesario al fondo de la taza, la que produce finalmente el enturbiamiento de la bebida, echándola a perder.
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