No obstante, cierta mañana, un vecino que le tenía mucha envidia entró en el templo y destruyó la estatua.
Cuando el hombre volvió al día siguiente y vio lo que había pasado, se lamentó, pero siguió con su vida sin mostrar demasiada tristeza.
El envidioso, viendo que poco o nada había conseguido, decidió talar el árbol donde cada mañana su vecino se sentaba a meditar.
Cuando el hombre vio lo sucedido, se lamentó, pero siguió con su vida sin demostrar demasiada tristeza, lo que acabó de desquiciar a su vecino, que cada vez buscaba con más desesperación la oportunidad de hacerle algún mal.
Conociendo esto, el hombre comenzó a dejar flores en la casa del envidioso hasta que un día su vecino no pudo más, salió corriendo detrás de él y le preguntó por qué le hacía regalos.
A lo que el hombre contestó: - Desde hace algún tiempo veo que te dedicas a destrozar todo aquello por lo que yo muestro algún interés, por eso he decidido amarte a ti también.
A ver ahora qué puedes hacer...
Y desde ese momento, el envidioso le dejó en paz."
Manuel Fernández Muñóz
"Cómo sobrevivir en un mundo de egoístas"
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