Cuando, en 1512, Miguel Ángel finalmente completó el fresco de la capilla Sixtina, los cardenales responsables de cuidar las obras pasaron horas mirando y después del análisis, se encontraron con el maestro de las artes y sin ninguna vergüenza, le dijeron: ¡RE-PA-RA-CIÓN!
El descontento, obviamente, no fue con todo el trabajo,
sino con un detalle, aparentemente sin importancia.
Miguel Ángel había diseñado el panel de la creación de Adán
con los dedos de Dios y Adán, TOCÁNDOSE.
Los cardenales exigieron que NO HUBIERA CONTACTO,
que los dedos de ambos se mantuvieran separados y más:
que el dedo de Dios siempre se estiraba al máximo,
pero que el dedo de Adán tendría que tener la última falange contraída.
Un detalle simple pero con un significado sorprendente:
Dios está, pero la decisión de buscarlo depende del hombre.
Si quiere, estira su dedo, lo tocará, pero no queriendo,
puede pasar toda la vida a su lado, sin buscarlo.
La última falange del dedo contraído de Adán representa el libre albedrío.
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