Cierto día, un joven príncipe llegó hasta el lugar y, determinado a resolver el misterio, se sentó delante del cofre sin apartar la mirada de él en ningún momento. No lo tocó, no lo agitó, no lo levantó con sus brazos. Día y noche permaneció sentado contemplándolo hasta que, de repente, el cofre se abrió unos centímetros, saliendo de él intensos rayos de luz que dejaron una huella en su alma de penetrante paz y serenidad. No obstante, antes de poder comprender lo que había pasado, el cofre volvió a cerrarse.
Entonces el príncipe reflexionó:
- Este tesoro no se puede obtener con violencia, ni con agitación, ni con ningún truco de los hombres. Tan solo con paciencia, atención y vigilancia podrá abrirse de nuevo. La Joya que se guarda en él no puede ser tocada ni descrita. Sin embargo, el calor del fuego no puede destruirla, ni el tiempo le hace huella. Si aparto mi mirada, aunque solo sea un segundo, no seré digno de poseerla.
Con esta determinación, el príncipe siguió sentado, esperando la próxima vez que se abriera.
Sintió hambre, sed, sueño, calor y frío, pero no se levantó de su lugar.
Sintió miedo, duda, tristeza, ira y soledad, pero no apartó su mirada de la caja.
Oyó murmullos a su alrededor, pero no se involucró en esos asuntos.
Oyó la llamada de las jóvenes invitándolo a su lecho, pero no se dejó seducir.
Escuchó el clamor de la batalla, pero no movió un solo músculo.
Entonces, la caja volvió a abrirse de nuevo, esta vez un poco más, y la intensa luz se introdujo en su mente, conduciéndolo hacia reinos que jamás había soñado.
Entonces el muchacho reflexionó:
- Los hombres van constantemente detrás de sus pasiones y, cuando las alcanzan, se dan cuenta de que están vacías.
- Se aferran fuertemente a lo que les es placentero, rechazan ansiosamente lo que les disgusta, y en saltar entre estas dos tendencias gastan sus vidas intentando evitar el sufrimiento.
Dentro de esta caja se encuentra la felicidad real.
Si yo alcanzara a conseguirla, trataría de mostrarla y los liberaría a todos de la ignorancia.
De repente, ante este pensamiento, la tierra bajo sus pies se sacudió. El frondoso árbol se inclinó ante él y el cofre por fin se abrió completamente, revelando su secreto.
Aquel que observaba se transformó a la vez en observador y observado.
El muchacho se convirtió en la Joya que satisface todos los deseos y la Joya se convirtió en el muchacho. En este estado, el príncipe alcanzó la Sabiduría Sagrada, la Mente Mayor, y siguió sentado, contemplándola, regocijándose en ella…
Con el tiempo, esa sabiduría se llamó Dharma.
Los que la recibían y la aceptaron fueron llamados Sangha.
Y al joven príncipe se le llamó Budha, que significa El que ha Despertado.
Manuel Fernández Muñóz
No hay comentarios:
Publicar un comentario