Experimentamos la vida, no sólo unidireccionalmente (oyéndola, oliéndola, tocándola, viéndola), sino interactuando con ella. La interacción viene precedida del estímulo de algunos de nuestros sentidos, que pone nuestra atención sobre el objeto o hecho en cuestión.
En la medida que el hombre se ha ido desarrollando como especie, se ha ido alejando de los estímulos naturales (no creados por el), para dedicarse cada vez más a aquellos que ponen nuestra atención sobre aspectos netamente humanos. O sea, nos hemos ido separando psicológicamente, del conjunto de la creación, para centrarnos cada vez más en nosotros mismos.
De ahí podemos explicar la falta de empatía creciente, con todo aquello que no sea humano, como lo son el mundo animal y la Naturaleza en general.
El “sistema”, hecho por los humanos y para los humanos, se basa en un intercambio del esfuerzo personal y tiempo, a cambio de lo que hemos dado en llamar “bienes y servicios”, del cual algunos humanos salen más beneficiados que otros.
Como la vida es IMPERMANENTE en su concepción y todos los humanos lo sabemos, se genera una competencia constante y despiadada por mantenerse del lado de los beneficiados o tratar de llegar a ese lugar, generándose un bucle infinito de ansiedad y sufrimiento. De paso, en esta competencia, no sólo los humanos salen dañados, sino que el mundo animal y la naturaleza en su conjunto, como fuente de recursos, es depredada salvajemente en aras de ofrecer cada vez mejores y mayores estímulos, con los cuales mantener en movimiento esta “rueda” infernal.
Tomar consciencia de quienes Somos en realidad, hará que no estemos tan pendientes de los “estímulos”, porque finalmente sabremos que los mismos no justifican nuestra existencia y con ello bajará considerablemente el nivel de competencia y sufrimiento en el mundo.
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