Era entrar en la casa de su abuela y quedarse mirándolo ensimismado.
Lo curioso del caso es que la casa de su abuela estaba repleta de espejos de todo tipo y condición, hasta tal punto que en el pueblo le decían la casa de los espejos, era la pasión de su abuela coleccionarlos, grandes pequeños con formas, biselados, con marcos de madera, de metal, pero ese era especial, a él le parecía casi mágico su cristal, con ese brillo que relampagueaba ante cualquier reflejo aumentado lo todo.
El espejo en cuestión se mantuvo durante muchos años allí colgado, maravillándolo y su abuela lo sabía, ella siempre le decía que aquel espejo era el espejo de una vieja maga y que algún día serían presentados convenientemente.
Pero no fue eso lo que ocurrió, durante un tiempo estuvo esperando impaciente, deseando que el espejo le hablase o le mostrase algo, cualquier cosa, se sentaba frente a él en su pequeña silla azul, mientras su abuela se sonreía viéndolo, mirándolo con su enigmática mirada.
Y los años pasaron, y el niño creció y la silla azul quedó relegada y olvidada en su rincón, y el espejo siguió en su clavo interpérrito brillando como siempre.
Aquella había sido una semana larga, y además de difícil triste.
Su adorada e incombustible abuela había marchado y aún así en su última mirada le sonrió como antaño, con su enigmática sonrisa de siempre, como si él aún fuera aquel niño dela silla azul.
Como lamentaba ahora todo el tiempo pasado sin verla, su trabajo, su éxito, sus obligaciones y responsabilidades, lo habían absorbido por completo, y para que tanto, había llegado a olvidar el brillo del espejo y ahora que lo tenía de nuevo delante...
Su abuela se lo había dejado en herencia, precisamente de entre todos los que habían ese.
Cerro los ojos, unas lágrimas acertaron a salir de ellos resbalando por sus mejillas. Alargo su mano y tocó el espejo, su piel lo sintió cálido, y vibrante, ahora se daba cuenta, hasta ese momento jamás lo había tocado, y abrió los ojos, el espejo le mostró el reflejo de su abuela y su voz resonó dentro de su cabeza;
-Ahora el mago eres tú, te pertenece, no dejes que pierda jamás su brillo.
Poco a poco el reflejo de su abuela se fue desvaneciendo, hasta que sus manos se separaron y el cristal mostró la figura de un niño sentado sobre una silla azul.
Fran Rubio Varela © octubre 2018
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