viernes, 24 de enero de 2020

Tratado VII - Corpus hermeticum


¿A dónde vais ebrios, oh hombres, que os bebéis tan puro el vino de la ignorancia, que ya no lo podéis soportar y estáis por vomitarlo?

¡Quedad sobrios, detenéos!

¡Alzad los ojos del corazón, si no todos al menos los que puedan!

Porque el mal de la ignorancia inunda la entera Tierra, y corrompe al alma aprisionada en el cuerpo, impidiéndole anclar en el puerto de la libertad.

No os dejéis arrastrar por la impetuosidad del oleaje, antes, aprovechando una creciente, los que podáis, alcanzad el puerto de la libertad, anclad allí, buscad la mano que os guíe a las puertas del conocimiento, donde está la Luz brillante, libre de toda tiniebla, donde nadie se emborracha, sino donde todos, sobrios, alzan los ojos del corazón hacia Aquel que quiere ser visto.

Porque no se deja oír, ni describir, ni ver con los ojos, sino con la inteligencia y el corazón.

Pero antes es necesario que desgarres la vestidura que llevas, el velo de la ignorancia, el sostén de la maldad, el cepo de la degradación, el antro tenebroso, la muerte viva, el cadáver sensible, la tumba que siempre te acompaña, el ladrón doméstico, el que por lo que ama, te odia, y por lo que odia, te cela.

Este es el enemigo que revestiste como túnica, que te estrangula y te arrastra abajo, hacia él, no sea que alces la mirada y, contemplando la Belleza de la Verdad y el Bien que allí reside, comiences a odiar su maldad, comprendas las trampas que contra ti maquina: pues atonta el sentido de observación, tan despreciado, cegándolo con abundante materia, abundando en innobles voluptuosidades, para que no escuches las cosas que debes oír ni mires las cosas que tienes que ver.

Tratado VII - Corpus hermeticum

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